Y aquel avecillo
reidor
baila sus cantantes
alas
en el límpido aliento
de la brisa,
en aquel incólume
corredor
de los encantos.
Vení, avecillo
reidor;
necesito me enseñés
algo:
a sentir y saber
mejor,
a tocar las nubes con
mi querella.
El cielo es de papel,
porque
en los atardeceres
arde,
como arden las almas
de los cuerpos en la
tierra
del salvador de sus
espíritus.
El avecillo reidor
nunca estará triste.
Se mantendrá cantando
las alas
y bailando su voz;
y cuando muera…
quedará como guía del
intrincado camino
que infaliblemente
seguiremos en algún momento.
©
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