Es ya tarde esta hora,
el rígor mortis abate al sol,
haciéndole lanzarse en la boca de la tierra.
Ya no mujan “niñas”,
que sus llantos a nadie importan.
Han de partir en genocidas manos;
talvez sus almas tengan destino, y reparen en lustroso
prado.
¿Por qué el corazón de la hacienda
no sabe llorar sangre, sino mugre?
¿Por qué no permiten, a las vírgenes del monte
beber caulote y no infierno?
beber caulote y no infierno?
Ambición criminal, espíritu del mal.
Ya será hora de piedad,
de un poquito de sapiencia,
que les haga deleitar el andar
y no el óbito;
el vivir sin deuda,
como el primero que nació
que les haga deleitar el andar
y no el óbito;
el vivir sin deuda,
como el primero que nació
sin ver nuestro maldito rostro.
Tarde, demasiado; y aún esperan
con lagos como ojos, que el rumbo cambie;
y que ese río de maldad se seque,
y aparezca otro que alimente un buen mar:
el de la igualdad.
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