¡Argg! ¡Qué vaivén más acogedor del viento!,
ante
el acelero de la vida,
cuyas
penurias desaparecen bajo el utópico deseo.
Que
cuando “las gentes” callan,
el
horizonte se viste como azahar
y
las palabras audibles huelen a silencio
volviéndose
frágiles ideas.
Ni
el Andira derribado
por
el torrente de la quebrada,
cede
su lecho a la muerte;
sino
que sus dedos van siempre donde renace el celeste,
después
de cada derroche de atardecer.
Su
cuerpo largo y rugoso,
tendido como el llano en su último mirar,
reluce
en sus heridas,
flamantes vestiduras de “hojosos” anhelos;
para
llegar hasta donde por voluntad,
es
arrastrado por un novedoso y único volver.
Le
dicen “Anul” y es gigante luna
que
despierta cuando otros decaen
por
el viaje que ella misma suscita,
con
bella vista de célibe y emoción soledosa.
“Las
gentes”, ya no se agitan
“Las
gentes” ya dormirán;
y
tras de sí dejarán: un ramo de asombro
y
una vaga depresión en los ojos del aguazal.