Mi ave latió tantas veces sobre aquel vil monte,
que cayó desparramada
en el frío fulgor,
cuando sus plumas se
herían en el triste bosque,
bajo elegías del roto
vexilo en dolor.
Es un ave vieja,
creo, y de mente atiernada.
No ha estado acostumbrada
a volar por mucho rato.
Se compunge en
miserias, en verdades trazadas.
Apenas vuela, ave,
apenas vuela en su arrebato.
Hace tantas fechas
que se me ha vuelto baldía.
Se encoge en pleno
surco, convalece en recuerdos;
ya no late tanto; se
languidece vacía.
¡Ay, pobre mía ave!
Te lloraré mis adentros.
Quizá nunca supiste
latir, mi pajarilla;
así que latiremos en
los fríos encuentros.
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