sábado, 10 de diciembre de 2016

Pintura de mi compungida memoria



Aún te dibujás
en mi equinoccio sentimental.
Aún te pintás
en mi más íntima aurora,
de latidos salpicantes
y diáfanos amores.

Ayer te olí a lo lejos
y recordé los momentos
en que tu piel y mi piel,
bajo la tarde,
ardían en su frialdad;
pero te noté distante hasta verte desaparecer.

Mañana… ya ni sé si mañana estarás;
si te habrás ido para siempre;
si mi vida te será ausente
y tus pasos deambulantes
al unísono de mi mirada olvidada,
de mis labios inrrecordados, de mi amor rechazado…

Ahora… acaricié tu beldad en retazos de sueños;
en esta madrugada volví a tocar tu rostro,
y a besar tus labios y a oler tus mejías,
que se sonrojaban a la cadencia de nuestra cercanía.
Pero desperté y culpe a mi alma
por tal osadía,
osadía de regresarme a sucesos tan añorables.

Tu candor es como la lágrima
de mi desaforada pasión…

Sos mi anhelo
e inconmensurable vibrar de pecho.

Nada es duradero,
todo se entumece en el ardid de la vida;
pero tu recuerdo parece eterno;
y mientras siga en pie…
serás la pintura que compunja mi memoria
en el camino de la estrella,
en el camino del averno.

© 


Mía ave


Mi ave latió tantas veces sobre aquel vil monte,
que cayó desparramada en el frío fulgor,
cuando sus plumas se herían en el triste bosque,
bajo elegías del roto vexilo en dolor.

Es un ave vieja, creo, y de mente atiernada.
No ha estado acostumbrada a volar por mucho rato.
Se compunge en miserias, en verdades trazadas.
Apenas vuela, ave, apenas vuela en su arrebato.

Hace tantas fechas que se me ha vuelto baldía.
Se encoge en pleno surco, convalece en recuerdos;
ya no late tanto; se languidece vacía.

¡Ay, pobre mía ave! Te lloraré mis adentros.
Quizá nunca supiste latir, mi pajarilla;
así que latiremos en los fríos encuentros.

©