domingo, 5 de junio de 2016

Las plumosas marchantes


El inicio está naciendo,
ante la mirada aliciente de una cara redondeada
que del este aquel se asoma flamante.

Y ante ese gesto caluroso
ya marchan con traje monjeado
unos cuantos plumosos,
que al umbral de la miseria no aguardan todavía.

¡Y bailan, danzan; son artistas las armoniosas palomas!

¡Y lo advierten las tímidas hembras!, mas no dicen nada.

¡Y siguen, y marchan!,
hablando las palomas en lenguas de monotonía,
en lugares barrosos.
¿Qué dirán, picos cortos, con tan larga decisión?

Entonces dicen “Ucurucucú” con talante animoso.

Y, y, y; otra vez me he quedado enredado
por culpa de su vuelo,
que por unos instantillos

me ocultó del gesto de la cara redondeada.

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Las aves obscuras


Recuerdo el día que en el cielo divisé
la negra línea que me advertía
la cruzada de las aves obscuras
que, alzando vuelo,
cruzar al norte disponía.

Sería como un alce,
“alce” de anhelos;
por ver tierra más allá de su alcance;
para sembrar simientes y alegría,
en una tierra de furor y esperanza;
tierra que por hombre está vacía.

Cruzando el cielo ardiente
como anclas navegantes.
Su envergadura apunta hacia occidente y oriente:
de sur a norte piensa su vuelo apremiante.

Como fila india y desigual
atraviesan nubes y fuego;
fuego, porque el cielo infierna,
y, aun así, dejando atrás los ruegos,
ellos abandonan su lecho, abandonan lo suyo.

Porque el cielo obscurece
y deben ir a prisa;
ya que después Él estremece
y las aves obscuras desaparecen con la brisa.

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